lunes, 6 de marzo de 2017

ALARCOS (una pequeña gran historia)


ALARCOS

        "Para Ciudad Real el topónimo de ‘’ALARCOS’’, debe de considerarse imborrable, dado que, al no ser por la decisión tomada por Alfonso X El Sabio en 1255, esta ciudad debería estar en el denominado ‘’cerro de Alarcos’’, junto al río Guadiana. En cambio siempre que hacemos referencia a dicho topónimo nos viene el recuerdo de la célebre batalla que lleva su nombre, la cual representa una página negra en la historia de nuestra Reconquista, derrota que sufrió Alfonso VIII aquel 18 o 19 de julio de 1195.
        El topónimo de ‘’ALARCOS’’ parece ser que proviene de un antiguo  pueblo de la  Oretania, identificado por Ptolomeo como Lacuris aunque otros autores más modernos  Madoz, Coello, Blazquez, Hubner y Cea Bermúdez le llaman Llarcuris o Larcuris, pero sin duda fue el nombre que tuvo en la edad media una villa y su castillo, que los árabes denominaron Medina Al-Arak.


        En 1194 Alfonso VIII envalentonado por las victorias conseguidas contra los almohades decide dirigir un mensaje al emir de Marrakech Abu Yaqub Ben Yusuf Al Mansur, desafiándole. El califa desembarca en Al Yazira Alhadrá (Algeciras) en junio de 1195 al frente de un poderoso ejército mezcla de árabes, bereberes y negros, que mas tarde se dirigiría hacia Qurtuba (Córdoba), engrosando su ejército a lo largo de su itinerario con muslimes (musulmanes) venidos de Turiola , Auriola, Lacant, Lorca, Elixe, Yayyan, Bayyasa Anduxar, Elbira , Wadi-Ax Anticaria, Sidonia, Libla, Arcos*, Marida. El rey cristiano recibe la noticia en Toledo y decide llamar sin pérdida de tiempo a los reyes de León,  Navarra y Aragón para defender ’’la  causa de la  Cristiandad’’ conviniendo el encuentro con ellos en Alarcos  por ser plaza fronteriza con Al-Andalus. Mientras tanto el emir se dirige hacia la línea fronteriza saliendo de Córdoba el 4 de julio de 1195 atravesando el puerto del Muradal (Despeñaperros), llega a las inmediaciones de Alarcos donde le espera Alfonso VIII.

        El lugar elegido par la acampada de las huestes del emir era conocido como Dar-al-Bakar (Corral de Calatrava) situado a un cuarto de legua de Karakay (Caracuel), al abrigo de sus fortificaciones, y a algo menos de dos leguas de Medina Al Arak. Al-Mansur ordenó que en la alborada del  día 18 de julio avanzaran un cuarto de legua, hasta situarse a la vista de Alarcos, como a dos tiros de flecha. Se harían notar mas no todo el ejército se dejará ver.
        Al rayar el alba se advirtieron desde Alarcos los primeros movimientos de los muslimes, el rey cristiano, impaciente, impulsivo, apasionado y vehemente ordenó el despliegue de su ejercito en contra de los consejos de sus caballeros, partidarios de la espera a las tropas del rey de León que acampaban en Talavera. Las tropas del rey castellano se desplegaron por la ladera hasta el llano y, por los flancos, desde el cerro del Despeñadero hasta la margen izquierda del río Guadiana.

       Así todo expuesto a la vista, el ejército cristiano impresionaba. Los rayos del sol arrancaban destellos de las relucientes corazas, de los yelmos y bruñidas adargas y hasta de las puntas de las lanzas. Los caballos, cubiertos de malla con chapas de hierro, eran auténticas moles, los caballeros ocultaban las lorigas o las cotas de malla bajo sus manteos.
Al menos llevaban dos horas los cristianos expuestos a un sol inclemente, cuando éste llegó a su cenit. El sudor corría por los rostros, entraba en los ojos, empapaba las barbas; las corazas y yelmos abrasaban, los caballos piafaban sedientos. Cuando pasó la mañana y el sol empezó a declinar, muchos caballeros habían caído ya desvanecidos. Las acémilas no dejaban de transitar entre las filas de soldados con sus aguaderas, pero no daban abasto**.

        Mas los sarracenos no se movieron ni una pulgada. Cuando el rey Alfonso VIII vio que su ejército estaba desfallecido y que Al-Mansur no aceptaba batalla campal ese día, ordenó el repliegue al campamento y tras las murallas.
        La sorpresa fue inimaginable cuando al amanecer del siguiente día descubrieron al ejército musulmán, desplegado en perfecto orden de batalla, ocupando los mismos terrenos en que ellos habían formado el día anterior. Salió bien el forzar la retirada de las huestes de la Cruz, porque de esta forma quedaba para ellos el cerro de La Cabeza, y tras él podía permanecer oculto el emir con parte de su ejército y parecer que los dos ejércitos se asemejaban, pero en realidad el ejército musulmán doblaba  al cristiano en número.

        Las tropas castellanas pusieron en movimiento un escuadrón de sus huestes a caballo, vestidos de hierro, y sus jinetes, protegidos por escamadas lorigas y fuertes morriones, acometiendo con gran crujir de armas y embistiendo con todo el arrojo de que eran capaces contra el ejército almohade, y entonces cuando la carga de la caballería cristiana venía desatentada, a medio camino, los arqueros agarenos, lanzaron una densa nube de flechas, causando gran mortandad, los jinetes cristianos al fin alcanzaron las primeras filas musulmanas chocando contra ellas y espetando a sus caballos contra las puntas de las lanzas sarracenas.
        Se acometieron las huestes en aquella abrasada tierra con espantoso alarido. Las grandes nubes de polvo ocultaron el sol que tornó el día oscuro y junto al calor sofocante volvió las bocas como estopas pegando la lengua al paladar y atenazando las gargantas.

        La lucha se hacía cada vez más encarnizada. Llevaban horas de esfuerzo inhumano bajo el inclemente sol de julio. El polvo se pegaba a la piel empapada en sudor de los contendientes, y las gotas que manaban bajo los almetes y corrían por sus rostros marcaban surcos hasta las comisuras de los labios resecos. La tierra bebía sedienta, sedienta, la sangre vertida. Se peleaba pisando los cuerpos caídos y saltando por encima de las caballerías reventadas. Los cadáveres llegaban hasta la orilla del río y algunos eran arrastrados por la corriente.
        Los caballeros cristianos que se habían adentrado hasta el corazón del ejército enemigo y que por un tiempo vieron al alcance su victoria, al caer en la cuenta de que no era el emir Al-Mansur a quien habían arrebatado la vida, sino a su visir y viendo que todo se malograría si no salían de aquel avispero comenzaron a huir tratando de alcanzar la falda del cerro de Alarcos para acogerse al amparo del rey  Alfonso y su caballería; mas ya el ejercito musulmán los había envuelto y cortado el paso.
        El ala derecha de los andaluces se abrió para describir el círculo que cerraría la pinza entrando a saco en el campamento cristiano arrancando los pendones castellanos y plantando las banderas sarracenas. El emir Abu Yaqub Ben Yusuf Al Mansur al frente de su ejército se dirigió hacia donde se encontraba el rey castellano cebándose en dar alcance a los que huían haciendo atroz matanza, “había llegado la hora de la verdad para el arrogante don Alfonso”."


**según la disposición del ejercito cristiano estuvieron todo el tiempo de cara al sol


   

   

   

   




Bibliografía: SANTA MARÍA DE ALARCOS
                    Jorge Sánchez Lillo
                      INSTITUTO DE ESTUDIOS MANCHEGOS

             LA FORTALEZA DE ALARCOS
                              Carmen Panadero















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